En un momento de agobio y cansancio, solo pienso en cama, pero de otra variedad como dice la canción de mecano. Pero a poco tiempo de terminar mi jornada laboral, siempre tengo este impulso y deseo de escribir algo, sobre cualquier cosa. Muchas veces me encuentro en un bloqueo, porque quiero escribir, pero no se sobre que escribir. Es viernes “y el cuerpo lo sabe”, si mi cuerpo en vez de pensar en fiesta, se siente agotado y con ganas de descanso. Lo cual me parece gracioso, porque por más agotado que me sienta, la mente siempre divaga en los momentos de ocio que uno puedo procurar en el fin de la semana.
Lo que si puedo agradecer es que por mis lados, hace un clima esplendido, buena brisa y una temperatura agradable. Muy por lo contrario, por ser un pueblo a pocos kilómetros del mar, recibe la brisa invernal del norte lo cual hace de la estación seca poco envidiable para cualquiera. Lastimosamente, los rayos ultravioletas siempre están en niveles de peligro y por ende las personas o disfrutan antes de las nueve o diez de la mañana o esperan hasta pasada las cinco para poder salir de sus refugios contra este sol infernal. No se engañen, aunque está fresco, sin nubes y con buena brisa, hasta el reflejo del un suelo pulido puede causarle un buen bronceado.
Siempre me ha parecido interesante como el pueblo tiene dos facetas, el de la mañana y el de la tarde. Durante las horas calientes del sol, el pueblo suele detenerse y todo parece ir en moción lenta. Pero en la mañana se observa las personas dirigirse a sus actividades, se tiende a estar bien acicalado y pulcro. Luego en la tarde, salen los jóvenes a jugar en el parque y compiten por el espacio con las otras actividades de los mayores. En general un buen ambiente con sentido de comunidad. Pero siempre las horas del sol caliente, se transforma en un lugar infernal donde sin brisa se suda hasta en la sombra y hasta los perros dejan ladrar.
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