Siempre he afirmado que vivir en mi cerebro es algo maravilloso.
He creado mundos de real fantasía, de terror, de amor, de tristeza y de alegrías.
En la noche de ayer, estaba viviendo un momento estupendo. En mi mundo existían los presidentes efímeros, escogidos por democracia directa para realizar un servicio a la colectividad y abandonar su cargo inmediatamente.
Los presidentes nombraban a su gabinete escogiendo entre personas idóneas para sus cargos, honestas por obligación y no por su propio concepto de la moralidad.
El presidente abandonaba su cargo entre aplausos y les deseaba buena suerte a los ministros porque de no cumplir con sus obligaciones serían juzgados y sentenciados por el pueblo. Lo más probable era que serían fusilados por deshonestos.
En mi mundo ya no existían los diputados, congresistas, legisladores o cualesquiera personas que se la pasaban reinventando leyes ya inventadas.
Los jueces eran nombrados por el pueblo para apegarse a las leyes existentes que se aplicaban por igual y sin interpretación.
Los ingresos y egresos de las arcas del estado eran publicados por todos los medios existentes y estaban balanceados al centavo. El contralor era un mero contador porque todos los miembros del gobierno eran honestos por obligación.
Los periodistas informaban verazmente hechos comprobados y opinaban al igual que el resto de la población sin imponer su opinión usando la ventaja de acceso a los medios de comunicación.
Desgraciadamente, no puedo vivir eternamente dentro de mi cerebro.
Vitelio Videl Vega Angulo
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